Querida mamá. Al cumplirse el novenario de tu partida, nada más apropiado para esta carta abierta que el mensaje de una de tus nietas estremecida por tu ausencia:
“Tío Pepe, nada mas decir que más que una abuela era una Madre de Madres, y Madre del Amor. Todos cuantos tuvimos la dicha de compartir parte de nuestra vida con ella recibimos su amor, su carisma, sus besos, sus enseñanzas, sus demostraciones infinitas de fe, serenidad y fortaleza y sus deliciosas comidas hechas con amor de una madre. Al mismo tiempo mujer enamorada del tango, del amor. Se ha ido entre fiestas de verano, en víspera de San Pedro, se aseguró primero de que no estuviésemos solos, nos envió emisarios. Anoche mismo la lloraba entre abrazos de mis hijos y los fuegos artificiales en el ocaso que iluminaban el cielo y me recordaban que también debemos celebrar su partida con la fe en una merecida vida celestial en la que tanto creyó. Brindo por mi abuela y porque ahora y siempre estará con nosotros.”
Creemos mamá que estas palabras retratan cabalmente tu paso por esta tierra.
Hoy podemos decir como es hermoso canto mariano: “Era una mujer sencilla una mujer tranquila, una mujer como otras, pero con un alma grande, con un gran amor en el corazón… Dijo si y no preguntó por qué, amó y no preguntó por qué… pero sobre todo lo divino, ella tuvo mucha fe.” Si mamá. Gracias por el ejemplo de tu fe inquebrantable aún en los momentos más duros. Gracias porque ente nuestras acrobacias académicos acerca del dolor humano, un día nos dijiste: “Hijos, ¿por qué hablan tanto de traumas?, ¿más de los que he sufrido yo? Y mi psiquiatra ha sido Cristo”. Afirmación rotunda que te retrata de cuerpo entero. La fe en Jesucristo y el misterio de la Cruz fueron los baluartes de tu vida hasta que tus ojos se cerraron suavemente con la dulce paz de los elegidos. Pero tu fe y tu Cruz dieron como fruto la fragancia de tu amor exquisito, universal, sin límites.
Todos tus hijos, nietos, bisnietos, yernos, nueras, cuñados, amigos y amigas innumerables, experimentamos tu tierno amor desconocedor siempre del egoísmo o el rencor.
Nos transmitiste siempre tu suave y muchas veces pícara alegría, salpicada siempre de tus afirmaciones cargadas de agudo realismo. Derrochaste sabiduría enmarcada en tu proverbial sencillez. Te preocupaste por todos y cada uno en su estricta e irrepetible individualidad, guardando siempre a cada persona en tu corazón y en tu oración. Porque sobre todo eso mamá, orabas sin cesar y toda nuestra gran familia accedíamos a ti por oraciones con la certeza de que eran escuchadas. “Dios siempre me escucha” nos decías, con la confianza propia de los hijos que se saben amados por su Padre.
Gracias María Antonia porque nos enseñaste a perdonar, porque supiste reír y llorar, bailar y cantar, callar y orar en su justo momento. Gracias por lo agradecida que fuiste con Dios y con la vida. Y ¿sabes qué? Gracias porque no fuiste absolutamente prefecta y nos permitiste palpar tu fragilidad humana y esto nos hace aún sentirte más cercana y más nuestra.
En el recuerdito de tu despedida pusimos en texto emblemático de Santa Teresita: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”, porque sabemos que ahora allá, en la vida eterna, continuarás pendiente de todos y cada uno, en la alabanza gozosa de la Trinidad y en la solícita intercesión por todos y cada uno de los que amaste en este mundo.
Mamá, mamita, de todo corazón Gracias, Mil gracias por tu paso maravilloso en nuestras vidas.
Tus hijos, nietos, biznietos y demás familiares y amigos.
José Ramón Castañeda.