Hola hermanos y hermanas, reciban un saludo fraterno en el Señor. En estas líneas deseo compartir algunas anécdotas y emociones con motivo de mi Profesión Solemne del pasado 15 de diciembre, que en pocas palabras puedo decir que es el momento más esperado desde que se inicia el camino vocacional en la vida consagrada. Es un día muy especial en el que el amor del Señor y el nuestro, su voluntad y la nuestra se hacen una para siempre.
En mi caso, el Señor me concedió la oportunidad de compartir esta gracia junto a otros hermanos carmelitas provenientes de otros países, tres del India, uno de Nigeria, uno de Madagascar e igualmente uno de Polonia. Fuimos en total siete los que profesamos en manos del Padre General Saverio Canistrà. La celebración fue muy sencilla y familiar, como lo caracteriza la vida del Carmelita. Estuvieron igualmente presentes algunos padres definidores, profesores de la facultad del Teresianum y otros padres de algunas comunidades vecinas. Todos ellos nos dieron la bienvenida a la Orden definitivamente. Este ambiente de alegre acogida dio una muestra más de la realidad universal del Carmelo.
Les confieso que particularmente, cuando pienso en el hecho de la profesión, sólo viene a mi mente la idea del amor, misericordia, bondad y fidelidad infinita de nuestro buen Señor, quien siempre es leal a su palabra. Esta manifestación de amor y gracias suscitan una respuesta, que empieza por el hecho de tomar muy enserio la propia vida como religioso y los compromisos que esto supone, ante Dios, ante el mundo y ante nosotros mismos. El papa Francisco en su carta a los consagrados, dice que estamos llamados, entre tantas cosas, a llevar la alegría y la esperanza del Evangelio al mundo. Es una tarea noble y ardua, con desafíos, pero con la alegría que tantos podrán gozar de la buena noticia del mensaje de Jesucristo.
Igualmente la profesión no implica que dejamos de ser hombres frágiles para ser súper héroes, al contrario seguimos siendo los mismos, pero con la garantía que pertenecemos totalmente al Señor y que por tanto su amor y misericordia no dejarán de asistirnos en cada circunstancia de la vida. Todo esto para que seamos los hermanos que con humildad ayudamos a construir un mundo mejor. En una idea, servidores que portamos la luz del Reino en medio de las dificultades presentes y futuras.
Finalmente no puedo dejar de agradecer el apoyo de la bella familia que Dios me ha dado, así como la de mis hermanos mayores en el Carmelo, quienes me han concedido la oportunidad de pertenecer a esta hermosa familia del Carmelitana. A las Madres Carmelitas, quienes han sido verdaderas madres, a los seglares OCD, laicos y amigos carmelitas y todas aquellas personas que he tenido la gracia de conocer en mi recorrido vocacional, todos juntos construimos el camino. Un recuerdo especial a quienes están en el proceso de formación inicial, que el Señor inflame en ustedes (como en todos) la Llama viva de su amor. Espero en Dios el día de regresar a mi amada tierra y poder compartir un poco de las experiencias vividas, mientras, sigamos orando los unos por los otros para que el Señor nos dé la gracia de perseverar en su amor y que su bendición infinita descienda sobre la Tierra de Gracia, la Venezuela que todos queremos y deseamos. Que nuestra Madre del Monte Carmelo les bendiga siempre.
Un abrazo fraterno.
Fr. César de la Madre de Dios.